sábado, 21 de febrero de 2009

EL SILENCIO

¿Cuanta gente se ha recriminado así misma diciéndose: Ojalá hubiese callado? Porque al romper su silencio ha soltado una frase hiriente o ha dicho una mentira y su credibilidad puede que caiga en picado.

A muchos se les puede decir: Calladito estás más guapo. Por la boca muere el pez y en boquita cerrada no entran moscas.

Todos estos dichos se les podrían aplicar a muchos políticos, gobernantes y gente común que sólo hablan por no callar y, a veces, callan cuando deberían hablar y sobre todo actuar. Obras son amores y no buenas palabras. El que calla, otorga, cuando debería manifestarse.

Hay que saber administrar bien los silencios en la vida pública y en la privada. Un silencio a tiempo evita muchos problemas. Cualquier discusión se acaba en cuanto uno se calla.

Llegó un tiempo en que Dios rompió su eterno silencio cuando dijo:
Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, porque quiso tener unos interlocutores válidos.

Dios habló a su pueblo escogido a través de sus Profetas; pero prefería tener más intimidad y por eso el VERBO (o sea la palabra de Dios) se hizo carne y habitó entre nosotros.

Jesucristo predicó durante tres años y como, a veces, lo que se dice queda escrito en el agua, los Evangelios son como actas notariales de todo lo que hizo y dijo.

Para que lo predicado por Jesucristo se vuelvan a convertir para cada uno de nosotros, como unos susurros cariñosos, deberemos estar callados interiormente y ajenos a los ruidos externos, para que puedan calar hasta el fondo de nuestras mentes abiertas y limpios corazones.

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