lunes, 30 de marzo de 2009

¿ACASO ES DIOS SORDO Y MUDO?

Con frecuencia nos quejamos que Dios ni nos escucha ni nos responde. Pensamos que está muy lejos de nosotros, ignoramos que lo tenemos a tiro de pensamiento, porque está dentro de nosotros. Lo dijo San Pablo: “En Dios somos vivimos y nos movemos”. Lo que sucede es que para hablar y escuchar a Dios, hay que estar en silencio exterior y sobre todo interior.

Dios debería manifestarse a lo grande para que no tuviéramos más remedio que escucharLE y obedecerLE. Esto es lo que desearíamos, sin darnos cuenta que continuamente se manifiesta a través de toda su creación y los misterios que nos rodean.

Después de la creación, en momentos cruciales de la historia, Dios se ha puesto al habla con nosotros. Con Noé, cuando el Diluvio Universal, Con Abraham, al ordenarle que saliera de su tierra para convertirlo en padre de muchos pueblos y a Moisés para que sacara al pueblo judío de la esclavitud de Egipto.

El mismo Dios, hecho hombre en nuestro Señor Jesucristo, nos hizo la gran revelación: Que ÉL era AMOR por esencia y PADRE de todos nosotros.

Con cierta frecuencia y en todos los tiempos, la Santísima Virgen ha hecho acto de presencia en la tierra para comunicarnos mensajes y consejos salvíficos.

Solemos apreciar a una persona por un conjunto de buenas cualidades; pero casi siempre es porque nos resalta en ella algo especial: bonitos ojos, sonrisa encantadora, fino ademanes etc. y sobre todo cuando decimos que tiene un corazón de oro.

Por eso, Jesucristo, conociendo nuestro criterio de apreciación, quiso mostrarse resaltando, en su esbelta figura, un CORAZÓN llagado y rodeado de espinas. Después de varias revelaciones a Santa Margarita María de Alacoque, en las que le dijo que deseaba ser adorado por su CORAZÓN humano, ya que estaba apasionado de amor a los hombres. Prometió gracias muy especiales a los que así LE adorasen públicamente. También prometió a todos los que comulgasen los Nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la penitencia final y que no morirían sin haberLE recibido sacramentalmente.

El que nos ha hecho esta promesa es Jesucristo que es DIOS y vive.

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