martes, 11 de agosto de 2009

EL QUE DA PRIMERO, DA DOS VECES

Suele decirse que el que da el primer golpe, tiene muchas posibilidades de dar otro más, porque aunque él reciba algún otro golpe, el haber dado el primero, nadie se lo puede negar.

Dios nos ha dado el primer golpe al crearnos sin nuestro consentimiento.

No deberíamos decir golpe, sino acto de amor infinito, porque si nos trae a este mundo, es para nuestra felicidad, aunque, a veces, dudemos de su amor y, como nos crea libres, le devolvamos nuestros golpes de ateísmo, agnosticismo, e insultándole con blasfemias.

Muchas veces creemos y decimos que Dios no se ocupa de nosotros y, si existe, lo está haciendo muy mal, cuando permite que sucedan tantas calamidades y que no nos vaya tan bien como desearíamos.

Entonces, nos saltamos a la torera sus Mandamientos, hacemos de nuestra capa un sayo y, en lugar de escoger el camino recto que nos manda Dios, caminamos por la vida zigzagueando como un rayo, dándonos trompazos con todo y con todos y así nos luce el pelo.

Con esto creemos que le devolvemos a Dios los golpes, sin darnos cuenta que repercuten en nosotros. ¡¿Quién contra Dios?!.

Cuando no caminamos como Dios manda, tarde o temprano, se descubren nuestras mentiras, engaños, zorrerías y todos los malos comportamientos con Dios y con los demás, que aunque no se descubran, siempre andaremos aquí en la tierra con las zozobras y temores de que nos descubran.

El segundo golpe o acto de amor infinito que nos da Dios, es cuando nos saque de este mundo pasajero y temporal y nos lleve a la vida eterna, que es para lo que nos ha creado.

Dios no nos devuelve nuestros golpes, ni se venga, nosotros mismos nos daremos de golpes, por no decir algo más contundente, cuando comparezcamos ante Dios como unos leprosos por habernos contagiado estúpidamente.

Hasta que llegue ese fatal momento, si nos sentimos cargados de pecados, aun tenemos tiempo de librarnos de esa lepra, lavándonos con los Sacramentos de la penitencia.

“Un corazón contrito y humillado. ¡Oh Dios! no lo desprecias”

Así confiaba el Salmista.

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