martes, 4 de agosto de 2009

¿QUIÉN PUEDE CRITICAR A UNA MADRE?

Si una buena madre desea y, en cierto sentido, manifiesta que todos los hijos sean buenos, honrados, trabajadores, cariñosos, inteligentes religiosos, que se lleven bien con los hermanos, que atiendan a sus padres, que no caigan en la droga ni en la promiscuidad sexual, que no queden embarazadas y mucho menos que aborten, que puedan recibir una educación que les ayude a conseguir todas estas virtudes y que tengan la suerte de ser gobernados por personas honradas, inteligentes y que gobiernen para el bien común de todos.

¿Quién se atrevería a criticarla y no por lo de utópico que tienen sus deseos, sino porque irían en contra de la política deshumanizada y partidista de un gobierno que pondría en peligro a sus hijos para conseguir algo de esa utopía que ella desea y tiene derecho a que se les respete?

¿Quién tiene derecho a criticar a la Iglesia, que es la que desea todas estas cosas para sus hijos, puesto que es madre de todos los creyentes y no creyentes?

Dada la libertad de expresión, todo el mundo puede hacer críticas y si son constructivas, no sólo puede, sino que debe.

Una crítica cuando es un insulto y una amenaza, como las que se están pronunciando en contra de la Iglesia: “Arderéis como en el 36”, tal expresión es como un enaltecimiento del terrorismo y el intento de quemar una Iglesia en Torrelodones, es ya terrorismo.

A la Iglesia o más bien a sus componentes, se les puede criticar cuando sus comportamientos o trato con los demás no estén de acuerdo con lo que la Iglesia enseña y ellos predican.

La Iglesia enseña y propone; pero jamás impone, por lo tanto deja plena libertad.

El que no la quiera seguir, allá él; pero nunca le dará derecho a critica y mucho menos amenazar o intentar matar.

¿Estamos en una democracia o en un fascismo puro y duro?

El hecho de que sea muy difícil conseguir lo perfecto, no por eso, se debe santificar y dar por bueno, lo que intrínsicamente es malo y perjudicial para el individuo y la sociedad.

Hay que reconocer que para un pastor es más cómodo y fácil sentarse a la bartola y dejar que el ganado se meta en sembrados donde no debe, que estar pendiente y llevarlo controlado para bien del ganado y de los campos.

Se debe aspirar siempre a lo perfecto y, al menos, trabajar para ello, porque inevitablemente vendrá el tío paco con la rebaja.

Si nos predican y nos llevan por lo mediocre, acabaremos en lo rastrero.

Con esto no se llega a ninguna parte y nunca seremos una nación próspera.

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