Todos sabemos que para entrar, permanecer y adquirir la ciudadanía se necesita un pasaporte y muchos otros requisitos.
Estamos viviendo una profunda crisis de humanismo, casi carente de principios, no sólo de educación, urbanidad, respeto y solidaridad, sino sobre todo morales y religiosos.
Vivimos tan encenagados en las cosas de este mundo que apenas nos acordamos que antes o después tendremos que viajar a un mundo desconocido y que aunque nos dejen entrar, no nos darán “los Papeles” para poder permanecer legalmente, si no tenemos el pasaporte requerido y así viviremos eternamente errantes y atormentados.
La FE es el único pasaporte válido que nos puede conceder el acceso a Dios y ser tratado como hijo suyo y por lo tanto con derecho a la carta de ciudadanía celestial. Así de fácil y sencillo.
Cuenta la Sagrada Escritura que Namán, el Sirio estaba leproso, y al enterarse de que en Israel vivía el Profeta Eliseo, que hacía milagros, decidió acudir a él para que le curase; pero cuando el Profetas le dijo: “Ve y lávate siete veces en el Jordán y tu carne sanará y quedarás puro”, le contrarió y le molestó tanto lo que le ordenó Eliseo, que se marchó sin hacerle caso.
Sus criados le dijeron: Si el Profeta te hubiera mandado algo muy difícil. ¿No lo hubieras hecho? ¡Cuánto más, habiéndote dicho: Lávate y quedarás limpio!
Namán recapacitó, se lavó en el Jordán como le había ordenado el Profeta, y quedó limpio de su lepra.
Tener fe no cuesta dinero y aunque se dice que la fe es un don de Dios que está deseando dárnosla, es a cambio de que la deseemos y se la pidamos.
El que en este mundo viva sin FE y sin esperar algo mejor, no conseguirá el único pasaporte que le concederá la única y verdadera CIUDADANÍA.
jueves, 26 de noviembre de 2009
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