lunes, 15 de marzo de 2010

HAY QUE COMERSE A DIOS

Esto que parece muy fuerte, es una gozosa realidad.

Jesucristo dijo: “Yo soy el pan de vida, vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo para que el lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi CARNE, vida del mundo.”

Disputaban entre los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo:

“En verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.”

“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.”

“El que come mi carne y bebe mi sangre, está en mi y yo en él.”

Cenando Jesús con sus discípulos la noche en que había de ser entregado. “Cogió pan, dio gracias, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos y dijo: “Tomad y comed, este es MI CUERPO que será entregado por vosotros.”

Al que no tenga fe, todo esto, le parecerá imposible; pero los que tenemos fe, es algo tan sublime y misterioso que nos confirma que Jesucristo es DIOS y está día y noche con nosotros en la EUCARISTÍA.

¿Qué madre o padre no ha sentido ganas de comerse a su hijo pequeño? ¡Está para comérselo! Suele decirse. ¿Por qué esos sentimientos, al parecer, tan fuertes?

Ante lo maravilloso, lo bonito, lo ingenuo y algo inexplicable, surge en nosotros esos deseos de identificarnos con lo AMADO.

Ante un Dios que se hace carne en la EUCARISTÍA. ¿No deberíamos sentir esa ansia de comérselo para identificarnos con ÉL y ÉL en nosotros?

Deberíamos sentirnos DIVINIZADOS por lo menos, unos momentos, al comulgar, ya que humanos y a veces hasta INHUMANOS nos comportamos durante el día.

No hay comentarios: