sábado, 18 de septiembre de 2010

¿Se puede ser GRANDE en la HISTORIA sin haber dicho ni MÚS?

El que mucho habla, mucho yerra, y si no sabe, ni quiere, ni puede hacer algo que merezca la pena, se va de la lengua prometiendo el oro y el moro, engañando y procurando salir en todas las fotos para conseguir protagonismo, olvidándose que por la boca muere el pez.

Muchos hombres y mujeres eminentes se han ido de este mundo, casi desconocidos, porque sólo se han ocupado de HACER algo grande, sin importarle la fama; pero después, como la vida, aunque parezca mentira, es justa, no ha tenido más remedio que concederles la merecida categoría.

Dios, OMNIPOTENTE y CREADOR de todo, apenas HABLÓ durante la larga historia de la humanidad, porque lo que le complace es CREAR sin protagonismo y con pocas PALABRAS y que sólo las oyeron Noé, Abraham, Moisés, algunos Profetas y varios discípulos de Jesús.

Lo importante en este mundo es HACER y no HABLAR. Por las obras los conoceréis.

San José, PADRE adoptivo de Jesús, cuya PATERNIDAD la recibió por expresa delegación de DIOS, se fue de este mundo sin pronunciar una sola palabra.

Cuando el Ángel le reveló que su prometida, la Virgen María estaba en cinta y que todo había sido obra del Espíritu Santo, CREYÓ sin dudarlo y no RECHISTÓ. El misterio anidó en un corazón noble.

San José acatando las leyes civiles, como uno de tantos, se vio obligado por las circunstancias adversas a que Jesús tuviera que nacer en un pesebre, sin que dijera ni una palabra por su mala suerte.

Al contarle los pastores a María y José, todo lo que los ángeles le habían dicho del Niño Jesús, dice el Evangelio que María, guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón. ¿Es que José no las meditaba también?

Al ser presentado el Niño en el templo de Jerusalén apareció un tal Simeón que al ver a sus PADRES, le dijo a María su madre: “Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones. A José ¿Qué?

Cuando al tercer día encontraron al Niño en el templo de Jerusalén en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándolos, quedaron sorprendidos y le dijo su madre: no su PADRE “Hijo ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados andábamos buscándote". San José ni se atrevió a intervenir.

Hemos visto que San José, casi de incógnito y calladito actuó a lo Dios.

2 comentarios:

Francisco Espada dijo...

Ante su revisión del silencio de Dios, sólo me queda decir: ¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!

Que el silente Dios le bendiga y a mi me haga fuerte en la fe.

Roque Pérez dijo...

A los creyentes, estimado Sr. Espada, sólo nos queda cumplir con la ayuda de Dios, lo que ya sabemos.