sábado, 4 de septiembre de 2010

¿SE PUEDE VIVIR DE DIOS COMO LO HACE UN CARTUJO?

          Aunque la mayoría vivimos del trabajo, del paro y de la jubilación, es muy frecuente decir: fulano vive de la Pintura, de la Música, del Deporte, de la POLÍTICA y muchas veces del CUENTO.
 
         Todos estos al vivir DE su trabajo, es justo que reciban su RECOMPENSA.

         Los hay que viven PARA la Ciencia, la Medicina, la Investigación, el Apostolado, los Pobres, las Misiones, etc,etc.

         Como la mayoría de todos estos viven más PARA los demás, que para ellos, adquieren una cierta CATEGORÍA.

         También los hay, aunque pocos, que se merecen la SUPREMA categoría porque viven de DIOS, para DIOS y los DEMÁS.

          Dado los tiempos que corren, temo que muy pocos tendrán interés y paciencia para seguir leyendo

         CUANDO LA NOCHE se hunde por el centro y en su fondo tenebroso aletean la maquinación, el crimen, el dolor y la zozobra, el placer y la muerte; en un rincón ignorado de la tierra, donde duermen la encina y el pinar, la viña, el huertecito y el olivar, gime la campana de un monasterio llamando a Maitines. El eco se desliza cálido por las celdas del convento. Vestido se levanta el monje de su lecho de roble y heno. Con la señal del amor infinito cruza su pecho. Abre la puerta que amorosa chirría y, cubierto con la capucha, dirige sus pasos por el embovedado claustro, que le guarece de la lluvia que está cayendo en la fría noche de invierno. Va camino del coro. Su sitial le espera, cual navecilla, en donde noche tras noche, se adentra en el mar misterioso de la gracia para intercambiar con Dios plegarias y perdones. Arroja el monje su voz al Cielo como escala a castillo roquero. Sube su canto armonioso. Baja la gracia del Cielo y se extiende hasta donde llega el eco de la campana con la esperanza de encontrarse de cara con el eco de la campana de otro monasterio.

        TERMINAN los Maitines sin que la noche haya salido aún del abismo del tiempo. Repisa el monje las frías huellas del claustro, hundiéndolas por el peso, a cuestas lleva un trozo de Cielo, al tiempo que sus pasos las borran, tan poquito le pesa el cuerpo. En el patio del claustro sigue lloviendo. Entra de nuevo en su celda caliente, más por las propias vivencias, que por el fuego. Hace un duermevela hasta la hora del alba, que tímida golpea los cristales de su ventana llamándole a la oración. Ahora se queda en la celda y arrodillado en el duro suelo, contempla la imagen de Dios, y como para Dios es suficiente ser limpio de corazón para VerLe, le brota en el pecho una hoguera de amor hacia lo eterno, que le hace ver en su justa medida todo lo temporal y perecedero. Sigue su ruta mental hacia el Cielo y con su silencio hecho palabra de diplomático del Cielo, gestiona el monje con Dios la salvación de un puñado de hombres a trueque de un grano de incienso, (en tan poco valora su vida). El humo ciega los escrutadores ojos de Dios, que ya no puede ver maldades y a ciegas tiene que conceder perdones (Misteriosas reglas del juego de la Gracia) ¡¡ Si cada piedra del camino fuese un grano de incienso...!! Del Cielo le hace bajar el eco de la campana. A Misa le llama - palabra y cosa tan depreciada y manida - pero que al monje le suena a sentencia de muerte divina.

         De nuevo dirige sus pasos a la capilla, la lluvia sigue cayendo. Solo, sin público y sin acólito que den testimonio del ajusticiamiento, sin prisas y como quien teje con hilos infinitos los corporales, hace caer en ellos al Cordero. Con un Dios hecho carne se entabla un misterioso forcejeo, y en el diálogo encarnizado va clavando en su Dios puñales de plegarias, y en las heridas esconde los pecados propios y ajenos. Su Dios se le marcha; pero la tierra ha quedado sembrada de fuego, de campos de lirios, de frutos eternos. El monje se ha realizado y queda contento porque ha hecho algo muy grande por sus hermanos.

         MÁS TARDE, un frugal desayuno ayuno alegra un poquito el cuerpo, que no pocas veces también es buen compañero, aunque de vez en cuando, recordando su origen rastrero, se enrosca por todo el monje haciéndole casi caer al suelo, que el monje también es de carne y hueso. El miedo a la caída le produce escalofríos y de ellos saca alfileres para ir claveteando las alas de su imaginación alocada. Sereno y reconfortado por la propia victoria, se dispone al trabajo. Así le vemos alejarse del monasterio con su azada al hombro y el hábito de color hueso, con paso tranquilo y sembrando rezos, porque la tierra hay que pisarla, de vez en cuando, con santidad, que bastantes pecados tiene enterrados dentro. Cuando llega a su trozo de campo, ya ha brotado la primavera y en extensas praderas cabecean los trigales, mientras el monje arranca acá y allá las malas hierbas. Al clavar su azada en la tierra, la hunde con el deseo de que cuantos la pisen, no queden atrapados y salten a tiempo de ella. El encorvado monje se endereza para dar un respiro, se seca el sudor y en ese ratito de ocio no le deja su imaginación:

     “¿Soy feliz?”.. y eso.. ¿Qué es?
    “Yo no disfruto de la vida: pero...¿Es que la vida tiene mayor disfrute que saberla vivir sencillamente?”
    “El ser monje está anticuado” ¿En la forma...? posiblemente. En el fondo... mientras la tierra dependa del Cielo, lo mío es de plena vigencia.
    “Es que la tierra ha llegado a su plenitud y no necesita del Cielo...” Cuanto más plenitud, más dependencia de Dios si no queremos que nos destruya una colectiva soberbia.
   “¿Que soy un egoísta?...” No veo mayor altruismo que abonar la tierra de todos con la ceniza de la propia vida.
   “¡Mi vida es estéril!.” ¿Existe esterilidad más criminal que engendrar por pasión frutos de muerte y fertilidad más sublime que pudrirse como semilla ignorada en la tierra...?
   “Es que mi vida exige mucha renuncia...” ¡¿Cuántas renuncias hacen los demás por conseguir una porción más grande de muerte...!?
   “En mi vida no hay lucha ni competitividad...” Luchar día y noche por ser un ángel en la tierra.. ¿Acaso es fácil competencia?
“¿No es demasiada mi soledad?” El hombre nuca está mejor acompañado que cuando sabe estar solo con Dios.
  “¿Que soy un santo y un héroe?.” Tampoco es para tanto, sencillamente soy un aventurero de Dios que ando buscando el tesoro escondido, que está al alcance de todos.
“¡Claro que mi vida no tiene problemas...! ¡Tampoco me los busco!” Bien me guardo de comprar con mi vida trocitos de muerte.
 “¿Que vivo ansiando la muerte?; pero no para bajar de esta cruz, sino para que me desclave las manos y abrazar a mi Dios.”

      SOLO UN PROBLEMA TENGO, Señor, tan hondo y acuciante que si te lo dijera, seguro volverías a encarnarte, si con ello pudiera contento darme; pero su solución no depende de Ti aún siendo Dios como eres, también los demás su buena parte tienen. Por eso aquí me tienes quemando mi vida y dándoTE lo que los demás Te quitan.

  “¿Que nos has hecho libres? ¿Que el juego tiene sus reglas...? También existe la trampa y los hombres no saben vivir sin ellas...
Mis hermanos piensan que los desprecio y me alejo de ellos. Tú bien sabes, Señor, lo cerca que estoy y cuanto por todos Te ruego.”

     LA CAMPANA de nuevo le cambia el rumbo de su pensamiento. Ahora le llama para el almuerzo, y con su azada al hombro vuelve de los campos al monasterio. No hay más ruido que el de las cigarras. La penumbra del convento contrasta con el sol que ya quema y todo lo tiene en calma. En su celda toma el almuerzo, seguido de una breve siesta, que para eso, mientras todos duermen por la noche, él se levanta para el rezo. Después de la siesta cultiva el propio huerto o coge los instrumentos de escultor, y como quien trabaja para la eternidad, va sacando de un trozo de encina la imagen del Niño Dios. A cada golpe de escoplo se le escapa un deseo: ¡Si lo hombres supiesen hacerse pequeños...! Y así va esculpiendo la imagen de su deseo.

     CON LA LLEGADA de la tarde otoñal, un día más que ha muerto y al monje le queda un peldaño menos para la eternidad, y en espera de tan ansiado momento, ve, cómo se marcha cansado el día por el horizonte a través de su ventana. Sale de la celda para dar un paseo por las alamedas del río que cruza el monasterio. Un libro lleva debajo del brazo y la soledad de la mano; pero que tan poca resistencia le hace al andar que ni se da cuenta que no tiene con quien charlar. Abre el libro con devoción, no es un libro de rezos, es la misma palabra de Dios. Se para, no lee. El silencio tranquilo de la tarde se hace voz cariñosa de Dios:

     “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.”
     “Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura.”
    “Quien me ve a mí, ve al Padre.
    “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón.”
   “Venid a mí todos los que andáis angustiados con trabajos y cargas y yo os aliviaré.”
   “Dad y se os dará.”
  “Yo soy el pan de vida.”
  “Yo soy la luz del mundo.”
  “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?”
  “Yo soy la resurrección y la vida.”
  “Mi Padre y yo somos uno.”
  "Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos morada.”

        EL ALMA LE REVIENTA las entrañas, y tan hondo ha entrado la voz de Dios, que tiene que sentarse y darse cuenta que aún está en la tierra. Mete la mano en el agua del río para refrescar su frente. Sentado y refrescado, se queda absorto en la corriente. Agua y pensamiento se dan la mano, y así parejas corren río abajo, una hacia el mar, la otra hacia la eternidad, sin que las detengan, ni los obstáculos ni lo temporal: Tan fuerte es la atracción de la naturaleza y de Dios cuando voluntariamente no se opone resistencia.

         Dios se sienta al lado del monje y se olvida de todas las maravillas que ha creado, al fin de cuentas, todas han salido de sus manos; pero el amor que Le tiene el monje, es de su propia cosecha, ni siquiera El lo ha sembrado, aunque bien es verdad, que si la tierra no hubiera sido regada con SU sangre, ninguna cosecha podría germinar ¡Misterios de tal sementara!, pero que a Dios se le esponja el corazón cuando uno de sus hijos LE devuelve lo que un día EL le diera sin exigirle la devolución. Al monje también le tiembla el corazón al sentir a su Dios tan cerca y saber que acepta de tan buen grado, su poquito de sincero amor; mas a Dios le parece mucho, porque sabe que el hombre, para conseguir un grano de amor, tiene que cribar mucha tierra.

         REGRESA EL MONJE de la ribera del rió a la celda del monasterio, seguido por el susurro del aire que acaricia los cipreses del camino. Vuelve pensativo, compadeciendo a los que viven fuera del monasterio. No quiere que todos vivan dentro. Quien no sepa encontrar, en medio del mundo, una celda en su propio monasterio, habrá pasado por esta vida como la paja del heno, sabiendo que los del mundo, en lugar de vivir su propia vida, viven, novelada, real o filmada la vida de los ajenos. A muchos les gusta los sortilegios y lo misterioso. Muy pocos se adentran en el amor infinito del UNO en esencia y TRINO en persona. Piensan que Dios está muy lejos, ignorando que LO tienen a tiro de pensamiento. El camino no puede ser más corto, lo hacen tan largo porque no saben hacer un alto en el camino. Angustiada vitalmente está la tierra porque no hay quien levante su corazón de ella. Sangran los corazones, porque en lugar de volar, andan arrastrando sus temores. El corazón del monje se entristece de tal forma que en lugar de lágrimas, sangre le brota con la que regar el mundo quisiera, sembrando espiritualidad para ver si sus hermanos recogen un poco de felicidad.

        ENTRA POR EL PORTÓN del monasterio en busca de su celda, donde le espera el sueño-ensueño que todos deseamos, sin darnos cuenta que puede ser antesala de Cielo o Infierno. El monje se rebela ante este último pensamiento. Pide a Dios que desaparezca el Infierno, pero que los hombres sepan responder, en este mundo, ese misterioso privilegio.

4 comentarios:

berta dijo...

Que maravillosa reflexion, salida solamente de un corazon enamorado del UNICO digno de adoracion y bendicion., gracias Padre por este escrito que ha caido como finisimo rocio en mi corazon., Dios le guarde.

Roque Pérez dijo...

Mi distinguida y estimada Berta: Dele gracias a Dios por tener un corazón tan sensible y abierto a todo lo de ARRIBA.
Aunque lo de Padre me han traído gratos recuerdos, ahora me gusta más que mis hijas me llamen papá.

berta dijo...

No entendi la ultima parte de su comentario., es que acaso dejo Usted el Ministerio Sacerdotal y es ahora padre de familia., expliqueme porque no entiendo Gracias

Roque Pérez dijo...

Mi distiguida y estimada Berta:
Unos mseses antes de ordenarme de sacerdote concedidas por mis duperiores, decidí abandonar la Compañía de Jesús.
Tuve que emprender una nueva vida desde cero, con Jesucristo que aunque en la sombra no me dejó, me encontró una mujer escepcional y nos dió tres maravillosas hijas, que independientemente de que nos sacaron tres carreras universitarias, son sobre todo muy religiosas y muy dedicadas a nosotros.
Jesucristo cada vez fue saliendo de mi sombra para tomar tal protagonismo en mi vida, que casi es EL el que vive en mi y como por ello me siento el hombre más feliz, es por lo que intento comunicarlo a los demás.
Si tiene curiosidad y quiera saber por qué abandoné la Compañía, lea mi artículo publicado el 4 de Julio:
También Dios tiene sus caprichos.