lunes, 15 de noviembre de 2010

DAD AL CESAR LO QUE ES DEL CESAR Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS

“Se retiraron los fariseos y celebraron consejo para ver el modo de sorprenderlo en alguna declaración.

Enviaron discípulos suyos con herodianos para decirle: Maestro, sabemos que eres sincero y que con verdad enseñas el camino de Dios sin darte cuidado de nadie, y que no tienes acepción de personas.

Dinos, pues, tu parecer: ¿Es lícito pagar tributo al Cesar o no?. Jesús conociendo su malicia, dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?

Mostradme la moneda del tributo. Ellos le presentaron un denario.

¿De quién es esa imagen y esa inscripción?. Le contestaron: Del Cesar. Díjole entonces:

Pues dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios..

Al oírle se quedaron maravillados, y dejándole, se fueron.”
(Mt.cap.22)

¿Por qué los Césares, sus tribunos y seguidores ateos, agnósticos, laicistas y que no pecan, puesto que para ellos el pecado no existe, atacan, persiguen y hasta matan a los que pagan los tributos a Dios?

Los Césares, al no admitir la existencia de Dios, se proclaman dioses y quieren que les crean, les obedezcan ciegamente y no tengan más conciencia que la que ellos impongan, puesto que tienen todo el poder físico; pero no moral.

Dios y su Iglesia que sólo tienen el poder de la PALABRA, no pueden estar callados y su obligación es enseñar el camino CORRECTO a todo el que quiera conocerlo y seguirlo si quiere dar a Dios lo que es de Dios.

Nadie está obligado bajo pena de multa o cárcel, a pagar este tributo.

Un alcalde, un tanto resentido con Dios por asuntos familiares, se declaró agnóstico, laicista y empezó a proclamar edictos que iban en contra de lo que Dios manda y la naturaleza exige.

El cura, más inteligente, preparado y estimado que el alcalde y en posesión de la PALABRA como único poder, advertía de los peligros que supondrían para el bien de todo el pueblo si aceptaban tales edictos.

El alcalde, en un Pleno Municipal, exclamó:

"Aquí el que proclama las leyes soy YO y no el cura."

Dos Concejales de aquel Ayuntamiento viajaron a la capital y después de solventar el problema municipal, comieron en un buen restaurante.

Uno se puso morado a la carta, sabiendo que ni Dios ni el alcalde se podrían enterar de su despilfarro.

El otro conocedor de la situación económica y por su conciencia moral, se limitó al menú.

Uno se dijo: Este se lo pierde y si quiere ser esclavo de su conciencia, allá él.

El otro pensó: El sabrá lo que hace con su conciencia y que se atenga a las consecuencias si es descubierto.

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