Emilio Zola dijo que habría que rendirse ante el Milagro y
creer en él porque cuando interviene Dios no es posible comprender nada.
Alexis Carrel, cirujano francés que recibió en 1912, el
Premio Nobel de Medicina y Fisiología en reconocimiento a su contribución a la
cirugía vascular y a su técnica de transplantes de vasos y órganos, pensador y
filósofo, se confesaba en principio estoico, más tarde Kantiano y, por último,
escéptico absoluto.
El rumor de los inexplicables hechos de Lourdes le intriga y desazona.
Carrel se incorpora a una expedición de enfermos, supliendo
la indisposición de un médico amigo.
Inmerso en su racionalismo, quiere ver y reflexionar por sí
mismo estando dispuesto a acatar toda certeza, a dejarse acariciar por el
viento de cualquier esperanza.
En aquel tren de ansiedades y desolaciones conoce a la joven
Marie Bailly, verdadero despojo humano. Peritonitis tuberculosa en grado
avanzadísimo, un rostro exangüe y casi agonizante, sólo la morfina le permite
sobreponerse al dolor que le aqueja.
Más tarde Carrel será testigo directo de un hecho
ALUCINANTE; ante sus propios ojos la moribunda despierta de su letargo, el
volumen de vientre disminuye y la tumefacción desaparece.
La bondad de Dios se ha dado cita con la joven incurable y
ha descubierto los arcanos del misterio a un alma atormentada.
Cuando ordena sus ideas y nos revela sus impresiones, Carrel
no podrá menos que escribir:
“¡Felices
quienes creen que existe, por encima de nosotros, una inteligencia que
dirigiendo el pequeño engranaje de la máquina impedirá que sean triturados por
las fuerzas ciegas!”
Al final de sus días, se sinceraba con un amigo:
“Quiero creer y creo todo lo que la Iglesia Católica
quiere que creamos, y para ello no experimento dificultad alguna, porque no
hallo nada que esté en oposición con los datos ciertos de la ciencia”.
El filósofo francés Gabriel Marcel dice:
“El pensamiento que quiera encontrar a Dios tiene que
convertirse en PLEGARIA.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario