viernes, 1 de julio de 2016

¿EL TRABAJO ES UN CASTIGO O UN PREMIO?

                          
         Alguien puede que en algunos momentos, diga:

 Si el trabajo es salud: “Que viva la tuberculosis”
          
         El trabajo es un castigo; pero  el que lo haya perdido, desearía seguir castigado y el que no lo tenga, lo buscará día y noche
        
El trabajo es un premio que se desprecia y al mismo tiempo se desea.
        
El jubilado que no puede trabajar por obligación, no aguanta la ociosidad y se busca cualquier cosa que le dé trabajo.
        
¿De qué le aprovecha al ambicioso por ganar mucho dinero, meterse en tantos trabajos, si no disfruta de la vida?
        
Los que están de juergas permanentes, suelen quejarse porque hasta divertirse cuesta trabajo. 

El trabajo, ¿Es castigo o premio? Las dos cosas y muchas más
        
Leamos lo que dice la Sagrada Escritura:
        
Al hombre le dijo Dios: “Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol del que te prohibí comer, será maldita la tierra por ti. Con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida”

         Parece que queda claro que fue un castigo; pero misteriosamente en Dios se dan las grandes paradojas, porque siendo un castigo, al mismo tiempo, somos tan masoquistas, que lo estamos deseando y sin él no podemos vivir, y no es solamente porque si no trabajamos, no comemos, sino que por una fuerza interna y obscura, lo necesitamos para vivir y a veces, mal vivir. ¡¡Misterio!!
        
Misterio que queda despejado en parte, si advertimos que como estamos compuesto de alma y cuerpo, que también podríamos decir que el espíritu es el premio y el cuerpo el castigo cuando sufrimos sus inevitables necesidades y a veces, desearíamos ser espíritus puros; pero el espíritu está condenado a soportar el cuerpo, que por otra parte, también ofrece sus placeres.
        
Lo difícil; pero insoslayable es que debe existir armonía y equilibrio entre el cuerpo y el alma, como lo tiene que haber entre el trabajo y el descanso.

         Cuando toque trabajar, hay que hacerlo a conciencia y con honradez, responsabilidad y no para matar el tiempo y a todos los que nos rodeen y, a ser posible, recordar aquello que decía Santa Teresa: “Dios también anda entre los pucheros”
        
Hay que saber descansar y emplear bien la ociosidad para que nunca se pueda decir que es la madre de todos los vicios y desmanes y procurar que no influyan en nuestros pensamientos y comportamientos, los que intentan divertirnos.


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