lunes, 3 de abril de 2017

¿COMO SE CONVIRTIÓ SAN AGUSTÍN?

          
       Antes voy a transcribir  las oraciones que hizo San Agustín, ya convertido, como lo cuenta en su libro de las confesiones.

        Nos creaste para TI y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en TI.

        El que no crea ni sienta algo de esto, no podrá hablar con Dios, aunque Dios, como buen Padre, seguirá deseando escucharlo cuando LE diga:

        Grande eres Señor, e inmensamente digno de alabanza; grande es tu poder y tu inteligencia no tiene límites-

        Y ahora hay aquí un hombre que TE quiere alabar-

        Un hombre que es parte de tu creación y que, como todos, lleva siempre consigo por todas partes su mortalidad y el testimonio de sus pecados, el testimonio de que TÚ siempre TE resistes a la soberbia humana.

         Así pues, no obstante su miseria, ese hombre TE quiere alabar.

         Y Tú lo estimulas para que encuentre deleite en tu alabanza

         Y ahora. Señor, concédeme saber qué es primero: Si invocarte o alabarte; y si antes de invocarte es todavía preciso conocerte.

      ¿Pues ¿Quién TE podría invocar cuando no TE conoce?

       Si no TE conoce bien podría invocar a alguien que no eres TÚ

     ¿O será, acaso, que nadie TE puede conocer si no TE invoca primero?

      Mas por otra parte. ¿Cómo Te podría invocar quien todavía no cree en TÍ y cómo podría creer en TÍ si nadie TE predica?

    ¿Y cómo habré de invocar a mi Dios y Señor?

     Porque si lo invoco será ciertamente para que venga a mí.

   ¿Pero qué lugar hay en mí para que a mí venga Dios, ese Dios que hizo el cielo y la tierra?

   ¡Señor Santo! ¿Cómo es posible que haya en mí algo capaz de TÍ?

    Porque a TÍ no pueden contenerte ni el cielo ni la tierra que TÚ creaste. Y yo me encuentro en ella, porque en ella me creaste.

    Muchas cosas TE dije:

  ¿Hasta cuando Señor, Vas a estar enojado conmigo para siempre?

    Olvídate ya de nuestras viejas iniquidades.

    Todo esto lo decía San Agustín con lagrimas de amarga contricción.

    Y mientras tanto se oyó una voz de niño o de niña, no lo sé, que desde la casa vecina decía y repetía cantando: Toma y lee, toma y lee.

    Al punto se mudó mi ánimo y comencé a preguntarme con fija atención si había oído alguna vez cantar a los niños por juego una letrilla semejante.

     Y comprimiendo el ímpetu de mis lágrimas, me levanté en seguida, seguro de que en aquella voz había para mí un divino mandato de tomar el libro y leer lo primero que vieran mis ojos. Porque de Antonio acababa yo de oír que una lectura del Evangelio lo había amonestado como si con palabras le hablara diciéndole:

   “Anda vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, con lo cual tendrás un tesoro en el cielo, y luego, ven y sígueme”

     Y Antonio siguió este oráculo y se convirtió a TÏ-

     Volví al lugar en que estaba Alipio, pues allí había el libro del Apóstol.
     
      Lo tomé, lo abrí y leí en silencio el capítulo en que había caído mis ojos, decía:

    “No andéis en comilonas ni embriagueces, no en la fornicación e impudicia, ni en contiendas y envidias; sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no os dejéis llevar de las concupiscencias de la carne”

       No quise leer más, ni era menester, porque al terminar de leer la última sentencia, una luz segurísima penetró en mi corazón disipando de un golpe las tinieblas de mi dubitación.

        Cerré entonces el libro, señalando el pasaje no recuerdo si con el dedo o con otra señal.

        Cuando se lo conté a mi madre, su exaltación fue triunfante. Y se puso a bendecirte.

        A Tí, que eres poderoso para darnos más allá de lo que alcanzamos a pedir y a entender porque claro que veía que estabas concediendo mucho más de lo que con gemidos y lágrimas acostumbraba pedirte-

        Y en tal forma me convertiste a TÍ, que no busqué ya mujer y di de mano a todas las esperanzas de este mundo.

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