viernes, 18 de septiembre de 2009

EL MONÓLOGO MÁS DIALOGANTE

En todos los órdenes de la vida, el diálogo es imprescindible para convivir, evitar enfrentamientos y discordias.

Si con el diálogo no se consigue lo que se pretende, tampoco sirve de mucho pretender con un monólogo privado o público quejarse del contrincante reclamándole algo o insultándole.

Lo que sucede en los enfrentamientos que no se resuelven mediante el diálogo, es porque los planteamientos no están fundados en razones justas, veraces, los dos intentan engañarse, o al menos uno.

El único Monólogo que lo consigue todo sin que medie diálogo, es el que podemos dirigir a Dios mediante nuestra súplica.

Cuando nuestros deseos y peticiones se conviertan en un monólogo suplicante a Dios, aunque no se entable un diálogo, tengamos la certeza de que Dios nos responderá tarde o temprano, no con palabras, sino con obras.

¿De qué nos serviría si con un buen diálogo consiguiéramos una promesa no cumplida, como suele suceder en los programas electorales?

Para que con la Oración se consiga que el Otro Invisible y Silencioso Dialogante responda, es necesario que nuestra súplica esté cargada, no de razonamientos humanos, sino de una FE inquebrantable, ESPERANDO pacientemente, conseguir lo que se está pidiendo, aunque no sea exactamente lo que se ha pedido.

Con el tiempo se descubrirá que Dios ha respondido, a lo largo de la vida con algo distinto y, a veces, mejor de lo que se esperaba.

“El que pide, recibe” “El que busca, encuentra” “Al que llama se le abre”. Promesas de Jesucristo.

Existe un monólogo tan silencioso que sin mediar una palabra, consigue que Dios, no sólo le responda, sino que se le haga tan presente en el “Hondón del alma”, como decía Santa Teresa, que empiece a gozar ya como un atisbo de lo que será la OTRA VIDA.

Este ha sido el monólogo de los santos y místicos.

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