Muchos dirán, y con razón, que no será necesario morir para darnos de bruces con la Gloria o el Infierno
Porque lo estamos gozando o sufriendo, YA
¿Cuántas veces decimos "mi vida es un infierno" porque no nos sale una a derechas y todo es sufrir y más sufrir, esperando que con sólo la muerte se acabe todo.
O por el contrario, todo nos salga a pedir de boca, todo sobre sobre ruedas y sin temor de que esa buena vida, no sólo se termine, sino que después de la muerte, será eternamente mejor.
Y para los que duden de la existencia del Purgatorio, tendrán que admitir que hay momentos en la vida en la que saben que más pronto que tarde, tendrán que soportar algunos sufrimientos pasajeros.
Todo esto que es una ineludible realidad, nos demuestra que no todos nos iremos tratados, por iguale, al otro barrio, para vivir juntos y revueltos en la misma casa.
¿Cuántas veces de un mal nacido, hemos dicho: "Si no hubiera Infierno, habría que criarlo para es tal"?
Creyentes o no creyentes deberían recordar el siguiente pasaje evangélico.
Cuando Jesucristo estaba clavado en la cruz, uno de los ladrones le increpó diciendo que si El era el hijo de Dios, lo librase del tormento, a lo que el otro ladrón le replicó que si no temía a Dios, ni estando a punto de morir, porque ellos sufrían la pena de muerte justamente por lo malo que habían hecho; y Jesucristo, siendo inocente, estaba condenado a la misma tortura que ellos.
Y a continuación hizo la siguiente súplica: “Señor acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino”
“HOY MISMO ESTARÁN CONMIGO EN EL
PARAÍSO”, le respondió Jesucristo
Luego San Dimas, el buen ladrón,
históricamente y por boca del mismo Jesucristo, entró en el Paraíso porque al aceptar los
sufrimientos por sus culpas, le fueron perdonadas y pudo ingresar limpio ya, en el CIELO.
Jesucristo quiso dejar bien claro, que
puesto que todos somos pecadores, sólo nos podremos salvar, si reconocemos
sinceramente nuestros pecados, los confesamos y aceptamos humildemente y con
resignación todos los sufrimientos que nos puedan venir en este mundo, sabiendo
que nos los merecemos, como lo hizo el buen ladrón.
A veces, somos tan soberbios que si
hemos ofendido a Dios ignorándolo o abiertamente echándole en cara algo, y
perjudicando al prójimo en las múltiples maneras que existen, es por culpa de
los demás o por las circunstancias; pero nunca por la nuestra.
Cualquier excusa; pero nunca por
nuestra culpa, y esto es lo que Dios no puede perdonar.
El que nunca confiese sus pecados y
reconozca sus errores ante Dios y ante los demás, no sólo no podrá obtener el
perdón divino, sino que tampoco podrá ser apreciado por los que le rodean.