El tener que
hacer los preparativos para cualquier viaje, sea de vacaciones o un imprevisto, nos suele
poner a mil, por los nervios, el temor de olvidarnos de algo importante y
siempre es fastidioso y mucho más si es para un largo viaje.
Todos, tarde o temprano, tendremos que
hacer el viaje más largo de nuestra vida y sin retorno; pero que debería ser el
más placentero porque se habrán acabado todos los problemas y sufrimientos
ineludibles de esta vida terrenal.
No tendremos que hacer ninguna maleta para las necesidades
corporales, el tiempo y la naturaleza nos irán despojando de las vestimentas y
lo más triste es que nuestro cuerpo, al envejecer se va deteriorando de tal
modo que en muchos casos se embarcará hecho
una piltrafa.
Dios, a veces, se ve en la necesidad de tener que dar un toquecito amoroso y
recordatorio al que haya vivido tan enfrascado y cuidadoso del cuerpo, para que aunque sea a última hora,
cuide un poco del espíritu porque será el único equipaje que le servirá para
tan largo viaje.
En algunos casos, el espíritu, al sentirse
tan deteriorado por lo mal que ha sido tratado por el cuerpo, se rebelará y
hará todo lo posible para prolongar la vida corporal y así tenga tiempo de ser
purificado y llegar limpio a la otra vida.
Cuando el cuerpo esté tan deteriorado
externamente y sin ánimo para hacer trabajos corporales, cabe la posibilidad de
que, y eso es lo Dios quiere, para que se centre en su interior y busque ese
mundo invisible y muy
gratificante, como sería el ponerse al habla con Dios con el que tendría que convivir
eternamente.
En otros casos, el espíritu habrá sido tan
bien tratado por su compañero de fatigas, amigo inseparable, que al sentir
lástima de abandonarlo, prolongará su estancia todo lo que le sea permitido.
Conviene saber que cuando existe una
perfecta armonía entre el cuerpo y el alma, los dos salen ganando.
Se cuenta que un Papa al tener
conocimiento de lo estrictas y rigurosas que eran las reglas, en cuanto a
penitencias y VIDA SACRIFICADA que observaban los
Cartujos, ordenó que se mitigaran porque opinaba que eran contra
la salud.
El Prior de los Cartujos se desplazó hasta
el Vaticano con unos cuantos monjes octogenarios y dijo:
Santo Padre: Estos monjes llevan más de
cincuenta años cumpliendo nuestras reglas y cuando el Papa los vio tan alegres y
saludables. Dijo: Pues que sigan así.
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