Cuando nos encontramos
con un listillo o arribista que se atribuye ideas, bienes ajenos, o vive
a costa de los demás, decimos: Este tío es un VIVO; pero para la sociedad está
muerto, en el fondo, nadie le aprecia.
Los que realmente VIVEN son los que han
sabido morir decentemente, los que han vivido teniendo muy en cuenta, que esta vida, comparada con la
eternidad es: “Una mala noche en una mala posada”, o han intentado sentir:
“Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero” como
decía Santa Teresa. O aquello de San Pablo: “Deseo morir para estar con
Cristo”.
Hacemos infinidad de planes y proyectos
para cosas que seguramente nunca nos sucederán y sin embargo, no dedicamos ni
un minuto en prepararnos para la muerte, que sí que nos llegará.
Todo esto para los no creyentes, les
sonará a música celestial. Allá ellos.
Lo triste es que todos somos
incongruentes. Los no creyentes, que
están renegando de la vida, porque tienen la certeza, que dicen tener,
de que no hay otra vida y que por lo tanto al dejarla, descansarían,. ¿Por qué no quieren
dejarla? Por algo será.
Los creyentes, que vivan
como si nunca se fueran a morir, olividan que a Dios no se le puede engañar.
Que un joven haga proyectos y piense menos en la muerte, es
lógico, aunque nunca se sabe; pero que
un viejo y no digo de Tercera Edad, como si después hubiese una cuarta o
quinta, no se preocupe de prepararse para morir, es muy triste.
Claro que también es verdad que el
arbolito, desde pequeñito… y que genio y figura hasta la sepultura. Morirá como
haya vivido.
El que durante su vida no haya
procurado vivir para bien morir, lo lleva claro.
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