La Noche OBSCURA de la FE

¿Quién no ha sufrido alguna vez en su vida una NOCHE OSCURA en donde la FE no se VE, y sin embargo es la única que puede dar alguna EXPLICACIÓN y esperanza al problema o tragedia que le atormenta?

Ni Jesucristo, como hombre, ni la Virgen, ni San José ni los Santos se libraron de sufrir una Noche Oscura en la fe.

Si Jesucristo en el Huerto de los Olivos pidió a su Padre que le librara de beber el cáliz que tenía que beber.

Si desde la Cruz GRITO en Arameo: ¿“Eloi, Eloi, lamma sabacthani”? Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has desamparado? Fue porque estaba metido de pleno en la NOCHE MÁS OSCURA de toda su vida.

En la oscuridad de esas misteriosas noches sólo ESCUCHABA el silencio de su Padre.

La Santísima Virgen sufrió, no una, sino tres noches oscurísimas buscando a su Hijo y en donde la protagonista de sus angustias no era la FE, sino la AUSENCIA DIVINA.

San José tuvo que convivir y amar sin sexo a una Virgen.
Sufrió ver nacer al Hijo de Dios en un establo.
Huyó a Egipto para que Herodes no pudiera matar al Niño Jesús.

San José debió de vivir metido en una NOCHE tan oscura que hasta él desapareció porque sólo tuvo un protagonismo y ese, indirecto cuando la Virgen dijo: “Hijo, ¿Por qué has obrado así con nosotros? “Mira que tu PADRE y yo, apenados, andábamos buscándote".

Pero en esa noche tan OSCURA brillaba una FE tan ciega que le mantuvieron los ojos bien abiertos para seguir el camino trazado desde ARRIBA.

Por eso San José, cuya festividad se celebra hoy, es el Patrón de toda la Iglesia y es el Santo que concede más favores.

La Madre Teresa de Calcuta, según sus escritos debió de sufrir una continuada Noche Oscura y no de FE, sino el que Dios se mantuviera al margen mientras ella recogía en las calles de Calcuta las piltrafas humanas despreciadas por todos para cuidarlas con amor de madre, porque llevaba gravado a fuego en su corazón el mandato de Jesucristo: “Lo que hagáis por uno de estos mis pequeños, conmigo lo haréis”.

El que se encuentre en una Noche Oscura en su FE porque al sentirse sólo y desamparado en una adversidad o tragedia CREA que Dios lo ha abandonado, sepa que, precisamente, en esos momentos, es cuando Dios lo tiene más cogido de la mano, aunque no lo parezca.