domingo, 21 de septiembre de 2014

EL MISTERIOSO FINAL DE UNA GOTA DE AGUA

         Viajaba yo bien arropadita en las nubes una tarde muy fría de invierno, cuando me picó la curiosidad y me asomé tanto a ver cómo era la tierra que resbalé.
         Empecé a caer mansamente en forma de diminuto copo de nieve
         Aquello empezó a gustarme porque no era caer, era bajar columpiándome.
         De pronto, una voz desde arriba me gritó:
         Gotita, no TE ENTREGUES al primero que te solicite, no te gastes fácilmente, hazte valer. Llevas una MISIÓN muy  importante que CUMPLIR

         No había terminado de escuchar el mensaje, cuando me encontré suavemente recostada en el picacho de una sierra escarpada.
         Permanecí en lo alto de aquel risco todo el invierno congelada, dando diente con diente, inmóvil y aburrida.

         Por fin llegó la primavera: El sol empezaba a calentar lo suyo y por aquello de que: “La primavera la sangre altera”, empecé a sentir ganas de desperezarme, de separarme de las demás, de correrme alguna aventurilla y al primer bostezo que  dí, me encontré dando tumbos risco abajo y fui a dar con mis huesos a una pequeña garganta.

         Empecé a nadar toda plácida y acariciada por los rayos del sol, cuando una campanita metida de patitas en el agua me pidió me quedara con ella para hacerle compañía y no como las demás que la besaban y se largaban. A punto estuve de sucumbir, por dejarme llevar de mi compasión. ¿Si al menos hubiera sido un campanito!!

         ¡Qué tentación, Dios mío, qué tentación sentí! De mandar a la porra mi futura misión y gastarme ya.
         Estaba en la ribera columpiándose en una rama de brezo un diminuto ruiseñor que cantaba…¿Santo Dios, cómo cantaba...Yo me quedé embelesada oyéndole gorjear. Perdí la noción del tiempo arrullada por su divino arpegiar.
         Cuando seca su garganta, metió el pico en el agua, me dieron ganas de entregarme para refrescar las cuerdas invisiblemente orquestales de aquel precioso  ruiseñor y pagar así mi entrada en aquella “Scala de Milán” improvisada y campestre.

         Con verdadera nostalgia me metí de nuevo en la corriente. Arrastrando mi duda de si había traicionando mi misión al no quedarme con aquel inimitable cantor. En el fondo, alguien me decía que mi misión era algo más grande.

         Con mucho alboroto, me metieron en un caudaloso río ancho y profundo y con unos torbellinos y cascadas tan enormes que casi me ahogo.
         Fui tan vertiginosamente  arrastrada por la enorme corriente, que lo mismo andaba a obscuras por las profundidades, que me subían a la superficie para ir dándome porrazos con las piedras y troncos atravesados en el  río.

         A lo lejos divisé una gran presa y noté que ya no andábamos tan holgaditas. Aquello se ponía apretado y no dejaban de empujarnos hacia la pared de la presa. Apenas se podía respirar. Nos íbamos acumulando inmóviles y nos sentíamos como atrapadas en una gigantesca caja fuerte.
         Me puse muy triste al pensar que mi misión había quedado truncada, pues allí poco porvenir se vislumbraba. Además de la inmovilidad, un día empezó a diluviar y me daba cada coscorrón con las que caían del cielo, que quedé medio descalabrada.

         Presentí que se acercaba la hora de cumplir mi misión y que en breve saldría de aquella encerrona y efectivamente, un día abrieron una exclusa que conducía a una acequia por donde corríamos sembrando la  vida al saciar la sed de las tierras calcinadas por la sequía y dando de beber a los animales extenuados.
         Me sentí absorbida por la tierra y comencé a recorrer a obscuras las entrañas de la tierra, sin saber a dónde iba.
         Ciertamente mi misión debía ser muy importante cuando me hacían pasar por aquella “Noche oscura del alma” y sentir una “Llama de amor vivo” por salir de nuevo a la luz.

         Sin darme cuenta, me vi manando por una fuente muy recoleta, en el preciso momento en el que una monjita me recogía en una diminuta jarrita y me apretaba contra su seno con mucho mimo, como para darme calor, era una mañana muy fría de invierno, y ella iba casi descalza pisando la nieve del jardín.
         Me depositó sobre el altar de su capillita. Desde allí vi cosas… que no había visto en mi largo caminar…Aprecié auténtico amor al Creador, pobreza de la verdadera, no se malgastaba ni una gota de agua.

         De nuevo, me resbalé; pero ahora para caer en un cáliz.

         La FE hecha palabra, me acarició como un susurro… Un escalofrío se apoderó de mí: Sin dejar de ser yo…noté que ya no era yo…Me había convertido en SANGRE DE DIOS, junto con el fruto de la vid y del trabajo del hombre”

Como no todas las gotas de agua tendrán ese privilegio, ni todas llegarán para transformarse en océanos porque se habrían  evaporado

Tampoco muchos de nosotros no llegaríamos a formar parte de la infinita DIVINIDAD porque nos habríamos quedado en los caminos equivocados. 

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