Como nacemos libres; pero sin nuestro consentimiento, viviremos esclavizados por el miedo la muerte que también será sin nuestro consentimiento.
El
amor que es el motor de nuestra vida; pero al ser libre, paradójicamente
viviremos esclavizados.
Algunas
veces, por gozar a tope, como podría ser el sexo, el alcohol, las drogas y
otros vicios o placeres prohibidos se queda esclavizado a la adicción o
dependencia
Cuando se está dominado por ese amor que llamamos visceral, que
no pasa por la cabeza y no sabe o no quiere ver que es algo prohibido y problemático, se cae en una esclavitud
vergonzante disimulada y paradójicamente no deseada.
El amor que se tiene al procrear una nueva vida, aunque nos condena a una esclavitud agridulce del
matrimonio y la familia, es el más sublime porque es semejante al que Dios nos
tiene.
Cuando por desgracia, en un matrimonio, por múltiples causas
confesables o no confesables desaparece ese amor primigenio porque el amor
mutuo que recomendaba San Pablo ha dejado de ser:
Longánime (Magnánimo)
Benigno.
Empieza
a ser envidioso
Jactancioso
Se hincha.
Es descortés.
Busca lo suyo
Se irrita
Piensa mal.
Se alegra de la injusticia
No se complace en la verdad.
Nada excusa.
Nada cree
Nada espera
Es
intolerante.
Y
al creerse y desear ser libres para divorciarse, caería, paradójicamente, en
una nueva esclavitud, ya que el hombre es el animal que tropieza dos, tres y
más veces en la misma piedra.
Esta
tragedia, sobre todo para los hijos, tendría solución si al menos uno de los
dos se dejara esclavizar cumpliendo al pie de la letra todas las cualidades que
recomendaba San Pablo.
El
que aceptara voluntariamente esa esclavitud, tendría la posibilidad de
restablecer la mutua armonía, se sentiría el más libre de todos los seres y
sobre todo sería BENDECIDO POR DIOS.
El único amor que nos libera y nos esclaviza gozosamente ya
aquí temporalmente y sobre todo eternamente es el que se tiene a Dios y a los
demás por amor a Dios
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