miércoles, 20 de mayo de 2009

LAS TRES MADRES

Es cierto que madre biológica no hay más que una; pero como la vida es muy larga, necesitamos de alguien que nos trate con el desinterés, el cariño y mimo de una madre.

La madre que nos trajo al mundo, nos crió, nos cuidó con mimo, fue siempre nuestro más cálido refugio en nuestros dolores y miedos infantiles, hemos recurrido a ella en la certeza de que jamás nos abandonaría.

Cuando ya de mayores, nos vemos en dificultades, solemos decir:¡Madre mía! Viene a mi memoria lo que le aconteció a un amigo que al sufrir un percance cardiovascular, sólo sabía decir: mama, mama. Por algo será. Fue la primera palabra que aprendió y, por desgracia, será la última que pronuncie.

La Santísima Virgen María, es nuestra madre, porque como corredentora de nuestra salvación, ha recibido de Dios la delegación y el privilegio de ser la MEDIANERA de todas las GRACIAS.

Como la fe es creer en lo que no se ve y esto sabe Ella que es muy difícil, nos lo facilita mediante sus múltiples apariciones:

En el Pilar, al Apóstol Santiago.
En Guadalupe, al indio Juan Diego.
En Lourdes, a Bernardette Soubirous.
En Fátima, tres pastorcitos y en otros muchísimos lugares.

No existe iglesia o pueblo en donde no se venere una imagen de la Virgen. Ningún cristiano que se precie de tal, deja de recurrir a Ella en sus momentos difíciles.

La Iglesia es también nuestra madre porque es la que nos engendra a la VIDA de la GRACIA, mediante el Bautismo.

Esta madre, por desgracia, es rechazada, vituperada, y calumniada por muchos que, al ver sólo sus defectos y nunca sus virtudes, la desprecian.

Cuando queremos tener un poco de paz y tranquilidad y buscamos un refugio cálido, entramos en la iglesia de piedra por muy fría que sea.

La Iglesia es la barca de Pedro que jamás se hundirá por muy fuerte que sean los temporales y las olas, que siempre han existido, existen y existirán, porque “La puertas del infierno no podrán con ella, y YO estaré con vosotros hasta el fin del mundo”, como nos lo prometió Jesucristo que es Dios y vive.

Mientras permanezcamos en ella, ayudándonos de sus Sacramentos, jamás nos condenaremos. Si el que viviendo dentro de ella, ante las dudas y obscuridades de la fe, quisiera saltar por la borda para buscar nuevas rutas, seguro que se ahogará.

Ojala podamos decir en nuestro último momento, lo que dijo Santa Teresa de Ávila: “Muero dentro de la Iglesia Católica”.

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