martes, 3 de octubre de 2017

¿POR QUÉ LA INGENUIDAD DESPIERTA EL AMOR DESINTERESADO?


           Cuando un envidioso no tiene más remedio que reconocer ante los demás, que un amigo suyo es inteligente, honrado trabajador, de buenas ideas y persona entrañable, deja caer con una risita: “Es un ingenuo”. Con esta, al parecer, inocente palabrita, ha borrado todo cuanto, ante la evidencia, había reconocido.

              En este caso, la ingenuidad, al crear envidia, despierta desprecio.       

       A Dios no le ha importado que alguien le pudiera tachar de ingenuo por presentarse ante nosotros como un Niño ingenuo e indefenso:

        “La Palabra se  hizo carne y habitó entre nosotros” como dijo San Juan.

         ¿Qué soberano se atrevería presentarse ante sus súbditos con tales muestras de ingenuidad?

         La Creación, el Poder y la Omnisciencia, son las manifestaciones externas de Dios; pero su ESENCIA es el AMOR.      

          ¿Existe algo más impactante que la ingenuidad para despertar amor?

         Un niño es el prototipo de lo ingenuo. Lo único que el niño sabe, es que no sane nada, por eso hace preguntas, se fía y cree en lo que sus mayores le dicen. Ante esta actitud, todo el mundo se rinde y despierta el amor más puro y desinteresado.

         El amor es un sentimiento ciego que, muchas veces,  nos esclaviza; pero ante lo ingenuo, surge libremente. Por eso. Como lo que Dios quiere sembrar en la tierra es amor, nos mandó a su Hijo pequeñito e ingenuo, como lo recordamos en Navidad.

         Si alguien pudiera suprimir la ingenuidad de los niños, borraría por completo de la humanidad el único sentimiento de amor puro, alegre y desinteresado.

      De esta clase da amor es de la que estamos más necesitados. De otros amores sabemos demasiado y que con  frecuencia desembocan en odios y tragedias.

A todo el mundo le encanta la ingenuidad; pero nadie quiere ser tachado de ingenuo. Ojalá los intelectuales, políticos y poderosos se consideraran un poco ingenuos y no se sintieran tan prepotentes y soberbios.

         Convendría  recordar y cumpliéramos aquellas palabras de Jesucristo:

         Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”

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