Moisés, habiendo
estado cuarenta días y cuarenta noches, bajó del Monte Sinaí, con las tablas de
la Ley escritas
por Dios en dos tablas de Piedra, y al ver a su pueblo adorando un becerro de
oro, se enfureció y las rompió
Al tenerlas que rehacer, las sobrecargó de
tantos preceptos y rituales que se convirtió en
la “Ley de Moisés” tan vigente para el pueblo judío.
Como
a través de la historia han existido y existen legisladores que legislan a su
antojo y a veces, son más papistas que el papa, Dios bajó del Monte Sinaí para
que Jesucristo con su ejemplo y predicación nos dijera cómo habría que interpretar y vivir el espíritu de la Ley de Dios liberándolo de
tanto ropaje.
Por eso Jesucristo, también desde un Monte y no con
escritos, porque lo escrito, escrito está, sino con su divina palabra proclamó
que serían BIENAVENTURADOS.
No los RICOS sino los POBRES
de espíritu porque de ellos sería el reino de los cielos.
No los que ahora RIEN alegres sino los que LLOREN porque
ellos serán consolados.
No a los que todo el mundo APRECIA, sino a los que padezcan
PERSECUCIÓN por la justicia.
No a los VIOLENTOS, sino a los PACÍFICOS, porque ellos serán
llamados hijos de Dios
A
los que tiengan HAMBRE y sed de justicia, porque ellos serán hartos.
A los MISERICORDIOSOS porque ellos, alcanzarán misericordia
A los LIMPIOS de corazón, porque ellos verán a Dios
A los que sean insultados, PERSEGUIDOS y con mentiras digan
contra ellos toda clase de mal. Que se alegren porque grande será en los cielos
su recompensa.
También aconsejó para nuestra buena e ineludible
convivencia:
Que se pusiera la otra mejilla, en vez de vengarse, porque
habría que perdonar hasta setenta veces siete y porque es verdad que “El perdón
es la venganza de los grandes hombres”
De
amar a los enemigos, en vez de odiarles
De bendecir a los que nos maldicen.
Nos contó la historia del Buen Samaritano, como ejemplo de
solidaridad.
La del hijo pródigo para que conociéramos la infinita
misericordia de Dios.
El diálogo con Nicodemo para que supiéramos hasta donde nos
amos Dios que nos entregó a su Hijo Unigénito para salvarnos.
Concedió a las mujeres el mismo valor
y la misma dignidad que a los varones.
Pidió
a una Samaritana, enemiga de los judíos, que le diera de beber para darle a
ella otra agua que le daría la vida eterna.
Perdonó
a la mujer adúltera con tal delicadeza y cariño, que sin darle ningún reproche,
sólo le dijo que no pecara más.
Aunque
se debería haber aparecido ya resucitado a sus discípulos y a los que le
crucificaron, tuvo la delicadeza de aparecerse, primero a María Magdalena de
quien había echado siete demonios porque había madrugado para ungir con aromas
su cuerpo.
Dijo
que el sábado era para el género humano y no el género humano para el sábado.
Dijo e hizo tantas cosas que LO tomaron por loco y nosotros
¿Qué…?
San Pablo describe a Jesucristo como la sabiduría paradójica
de Dios
“Los
judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos
a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los
gentiles… Pues la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana”.
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