viernes, 27 de junio de 2014

LAS CUATRO REVELACIONES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


           Estando Santa Margarita María de Alacoque en el coro delante del Sagrario el 27 de Diciembre de 1673, Jesucristo  le dijo:

         1ª REVELACIÓN:“Mi Divino Corazón está tan apasionado de amor a los hombres, en particular hacia ti, que, pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti, y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo”

         2ª REVELACIÓN: “El Divino Corazón se me presentó en un trono de llamas más esplendoroso que el sol, y transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz  en su parte superior”

         3ª REVELACIÓN: “Entonces me explicó las inexplicables maravillas de su puro amor, y hasta qué exceso había llegado su amor para con los hombres, de quienes no recibía sino ingratitudes
Estate atenta a mi voz y le pidió:
Primero: me recibirás sacramentado tantas veces cuantas la obediencia quiera permitirlo
         Comulgarás, además, todos los primeros viernes de cada mes.
         Todas las noches del jueves al viernes haré que participes de aquella mortal tristeza que YO quise sentir en el huerto de los olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía más difícil de sufrir que la muerte.
 Para acompañarme en la humilde oración que hice entonces a mi Padre en medio de todas mis congojas, te levantaré de once a doce de la noche para postrarte durante una hora conmigo, el rostro en el suelo, tanto para calmar la cólera divina, pidiendo misericordia para los pecadores, como para suavizar, en cierto modo, la amargura que sentí al ser abandonado por mis Apóstoles, obligándome a echarles en cara el no haber podido velar una  hora conmigo; durante esta hora harás lo que yo te enseñaré.

         (Para comprender esta revelación, recordemos lo que San Pablo decía: “Cumplo en mi cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo)
 
         4ª·LA GRAN REVELACIÓN“ He aquí este corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada  recibe en reconocimiento de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de amor; pero lo que me es aun mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan. Por eso te pido que se dedique el primer viernes de mes, después de la octava del a fin de expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto en los altares.

         Te prometo además que mi corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de de su divino amor sobre los que den este honor y los procuren le sea tributado”

         Es posible que el que haya leído con atención y mucha FE estas cuatro misteriosas, y humillantes REVELACIONES piense que sea un tanto ridículo que Jesucristo se presente con un CORAZÓN CORONADO DE ESPINAS

         Jesucristo desde la cruz quiso DEMOSTRARNOS, hecho un guiñapo, que nos AMABA.

         En vista de que después de tantos siglos seguimos un tanto indiferentes, ha querido DECIRNOS con su corazón tal como lo hecho porque como el  CORAZON y el AMOR son una misma cosa y que son los motores de la vida, espera que en nuestro corazón brote algún sentimiento de AMOR.

         ¿No debería haberse manifestado con todo el poder de UN DIOS y no con la figura humana y con su corazón coronado de espinas?

         Si se hubiera manifestado a los DIOS, nuestras ingratitudes, que las seguiríamos teniendo, como pecadores que somos, no tendrían “Perdón de Dios” y Dios lo que quiere precisamente es PERDONARNOS

         Por eso como Dios no consigue que le amemos por ser Dios y a lo GRANDE intentó desde la Cruz, a lo PEQUEÑO y lo está intentando con estas HUMILLANTES revelaciones que, al menos, nos sintamos AGRADECIDOS al AMOR que ÉL nos TIENE. ¡¡Algo es algo!!

         Ojalá pudiéramos sentir lo del poeta anónimo del siglo XVI.

         No me mueve, mi Dios, para quererte
         el cielo que me tienes prometido
         ni me mueve el infierno tan temido
         para dejar por eso de ofenderte.

         Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
         clavado en una cruz y escarnecido
         muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
         muéveme tus afrentas y tu muerte.

         Muéveme, en fin, tu amor, y de tal manera
         que aunque no hubiera cielo yo te amara
         y aunque no hubiera infierno te temiera.

         No me tienes que dar porque te quiera,
         pues, aunque lo que espero no esperara,
         lo mismo que te quiero te quisiera.


        

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