Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, dejó escrito en el capítulo 32 de su vida lo siguiente:
"Estando en oración me hallé en un
punto, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno
Entendí que quería el Señor que iese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis
pecados.
Ello fue en brevísimo espacio, más
aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme.
Parecíame la entrada a manera de un
callejón muy largo y estrecho a manera
de horno muy bajo, oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo
muy sucio y de pestilencial olor y muchas sabandijas .
Al cabo estaba una concavidad metida en pared,
a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era
deleitoso a la vista en comparación del fuego en el alma que allí sentí, que yo
no puedo entender, cómo poder decir de la manera que es.
Los dolores corporales tan
incomportables, que por haberlos pasado en esta vida gravísimos y, según dicen
los médicos, los mayores que se pueden acá pasar, no son nada en comparación de
lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar.
Esto no es nada en comparación del
agonizar del alma: Un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sentible
y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer.
Porque decir que es un estar estarse
siempre arrancando el alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba; más aquí el alma misma es la que se despedaza,
Estando en tan pestilencial lugar,
tan sin poder esperar consuelo, no hay donde sentarse ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en éste como
agujero hecho en la pared.
Porque estas paredes que son
espantosas a la vista, aprietan ellas
mismas y todo ahoga. No hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas.
Yo quedé tan espantada y aun lo
estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años. Y así no me acuerdo vez
que tengo dolores ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá se puede
pasar, y así me parece en parte que nos
quejamos sin propósito.
Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el
Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho para perder el miedo a
las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas
y dar gracias al Señor que me libró, lo
que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles.
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