Todos
sabemos que en las carreras de RELEVO, el atleta debe llegar a la meta con el
TESTIGO en la mano.
Benedicto XVI había empezado una carrera cuya meta sería
alcanzar una Iglesia, no digo reformada, cambiada ni revolucionada, como muchos
lo querrían sino RENOVADA y afianzada en
sus raíces EVANGÉLICAS.
Está intentando limpiarla de pederastas y hacer transparentes
sus cuentas financieras.
Desea y pide que los consagrados a Dios sean lo más perfectos
posibles y aspiren a la santidad.
Ha dialogado e intentado UNIR a todos los CREYENTES.
Ha predicado con su preclara inteligencia y profundos
conocimientos teológicos que la FE y la RAZÓN deben darse la mano.
Como la obra es ingente, tan necesaria y a él le faltaba
tiempo y energías para llegar a la meta, ha preferido retirarse con vida para
que el Espíritu Santo en el Conclave elija al que deba coger el testigo y
alcance la meta.
Ya ha dicho su Santidad que su sucesor debería ser menor de
70 años, tener buena salud y fuerte en su defensa de la FE.
Posiblemente conozca quién o quiénes, ahora desconocidos e
ignorados, tengan esas cualidades.
Como la mayoría de los Cardenales que viven en el Vaticano son
italianos prefieran, como es natural,
que sea elegido uno de ellos y tienen
ventaja en las votaciones frente a los que vienen de fuera.
Quiero pensar, que entre los motivos ocultos de su renuncia
haya sido el querer estar en disposición de informar a los cardenales que
vienen de distintos países, quién podría
ser votado, ya que como es natural no se
conocen entre sí y desconocen los entresijos de la Curia Romana.
Si
ese tal fuera designado por el Espíritu Santo, se sentiría con el tiempo,
energías y sobre todo AUTORIDAD dada de ARRIBA para la RENOVACIÓN de la
Iglesia.
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