¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
Que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches de invierno oscuras?
¡Oh, cuántas fueron mis entrañas duras,
pues no TE abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
“Alma, asómate agora a la ventana;
verás con cuánto amor llamar porfía!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
Mañana le abriremos, respondía,
para lo mismo responder mañana!
Esta triste, lamentable y repetida súplica que del
ángel escuchó Lope de Vega, se ha
repetido siempre y ahora en estos días de Navidad la deberíamos escuchar para
abrirle de una vez, no sólo nuestro PENSAMIENTO, sino sobre todo nuestro corazón agradecido.
Porque Jesucristo Nació, Vivió, Murió, Resucitó y sobre todo
SE QUEDÓ CON NOSOTROS buscando un albergue calentito y acogedor.
¿A qué esperamos para abrirLE y dejarLE entrar porque viene
con las manos llenas de regalos, dándose la agradable e inesperada paradoja de que es Jesús el que nos da CALOR y seguridad cuando le acogemos?
¿Somos conscientes de que TODO UN DIOS quiere nuestra AMISTAD?
¿Somos conscientes de que TODO UN DIOS quiere nuestra AMISTAD?
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