Por
desgracia nos pasamos la vida amando a muchas personas,
cosas y apenas disfrutamos del AMOR con mayúscula.
No me
refiero a ese primer amor platónico, romántico, oculto, desconocido y por lo
tanto no correspondido, que suele ser el más puro, bonito, desinteresado y
gratificante por surgir de lo más profundo de nuestro ser espiritual.
Un amor
que no exija reciprocidad, es humanamente sublime y difícil de mantener a lo
largo de la vida.
Existe
un amor que llamaría el AMOR de los AMORES que nos diviniza y es el amor que
podemos TENER a DIOS,
Mientras
estemos en este mundo, podremos pasar de Dios hasta el punto de ignorarlo,
ofenderlo y hasta odiarle.
Cuando caigamos
en sus brazos, no LE podremos AMAR YA, será Dios el que nos dará tal abrazo que su AMOR nos invadirá y
sólo habrá un amor, el SUYO.
El que
no haya podido recibir ese abrazo porque no se lo ha merecido, por no haberle
amado aquí en la tierra, se sentirá el más desgraciado y sin posibilidad de
rectificar.
¿Seríamos
capaces de rectificar si Dios nos diese una segunda oportunidad?
Creo que aún así volveríamos a cometer los mismos errores. Somos el único animal que tropezamos dos veces en la misma piedra.
Creo que aún así volveríamos a cometer los mismos errores. Somos el único animal que tropezamos dos veces en la misma piedra.
De aquí
la importancia vital que tiene el saber que sólo se puede AMAR A DIOS MIENTRAS
VIVIMOS y por lo tanto deberíamos
intentar hacerlo como San Juan de la
Cruz dejó escrito:
Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio.
Ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en AMAR es mi ejercicio.
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