viernes, 28 de febrero de 2020

¿CÓMO CUENTA SAN AGUSTÍN SU CONVERSIÓN?

           
          En su libro de Confesiones cuenta San Agustín que  desde  una casa salió una voz de niño o niña que  cantando decía: Toma y lee, Toma y le
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           Al Punto se mudó mi ánimo y comencé a preguntarme con fija atención si alguna vez había oído cantar a los niños por juego una letrilla semejante.

         Y comprimiendo el ímpetu de mis lágrimas, me levanté en seguida, seguro de que  en aquella voz había para mí un divino mandato de tomar el libro y leer lo primero que vieran mis ojos. Porque de  Antonio acababa yo de oir que una lectura del Evangelio lo había  amonestado como si con palabras le hablara diciendo:

         "Anda vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, con lo cual tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme. Volví al lugar en que estaba

           Y Antonio siguió este oráculo y se convirtió.

           Volví al lugar en que estaba Alipio, pues allí estaba el libro del Apóstol

            Lo tomé, lo abrí y leí en silencio el capítulo en que había caído mis ojos
        
           "No andéis en comilonas ni embriagueces, no en la fornicación  e impudicia e  ni en contiendas y envidias, sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no os dejéis llevar de las concupiscencias de la carne"

          No quise leer más, ni era menester, porque al terminar de leer la última sentencia, una luz segurísima penetró en mi corazón disipando de un golpe las tinieblas de mi dubitación.

        Cerré entonces el libro, señalando el pasaje no recuerdo si con el dedo o con otra señal.

        Cuando se lo conté a mi madre, su exaltación fue triunfante. Y se puso a bendecirte.

        A Tí, que eres poderoso para darnos más allá de lo que alcanzamos a pedir y a entender porque claro que veía que estabas concediendo mucho más de lo que con gemidos y lágrimas acostumbraba pedirte-

        Y en tal forma me convertiste a TÍ, que no busqué ya mujer y di de mano a todas las esperanzas de este mundo.

         Voy a transcribir las oraciones que hizo San Agustín ya convertido, como lo cuenta en su libro de las confesiones.

          Nos creastes para TÍ y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en TÍ.

          El que no crea ni sienta algo de esto, no podrá hablar con Dios, aunque Dios, como buen Padre, seguirá desando escucharlo cuando le diga:

         Grande eres Señor, e inmensamente digno de alabanza; grande es tu poder y tu inteligencia no tiene límites.

         Y ahora hay aquí un hombre que TE quiere alabar.

         Un hombre que es parte de tu creación y que como todos lleva siempre consigo por todas partes su mortalidad y el testimonio de sus pecados, el testimonio de que TÚ siempre TE resistes a la soberbia humana.

        Así pues,  no obstante su miseria, ese hombre TE quiere alabar.

        Y TÚ lo estimulas para que encuentre deleite en tu alabanza.

        Y ahora, Señor, concédeme saber qué es primero: Si invocarte o alabarte; y si antes de invocarte es todavía preciso conocerte.

        Pues ¿Quién TE puede invocar cuando no TE conoce?

        Mas por otra parte. ¿Cómo TE podrá invocar quien todavía no cree en TÍ y cómo podría creer en TÍ si nadie TE predica?

      ¿ Y cómo habré de invocar a mi Dios y Señor?

        Porque si lo invoco será ciertamente para que venga a mí.

        ¿Pero qué lugar hay en mí para que haya en mí algo capaz de TÍ?

         Porque a TÍ no puedo contenerte ni en el cielo ni en la tierra que TÚ creastes y yo me encuentro en ella, porque en ella me creaste..

        Muchas cosas TE dije:

        ¿Hasta cuando Señor, vas a estar enojado conmigo para siempre?

         Olvídate ya de  nuestras viejas iniquidades.

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