Cuando San José reflexionaba sobre qué hacer al saber el embarazo
de María, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de
David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en
ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondréis por
nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había
anunciado por el profeta que dice:
He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo,
Y se le pondrá por nombre EMMANUEL que quiere decir:
DIOS CON NOSOTROS.
Está claro que antes de que naciera Jesús, su misión sería ESTAR
CON NOSOTROS.
Por las venas de Jesucristo corrió sangre nuestra y la derramó
para que por las nuestras pudiera correr la gracia santificante.
Al vivir entre nosotros durante su vida pública no hizo otra cosa
que enseñarnos con sus enseñanzas y sus obras el único CAMINO para ser
relativamente felices en este mundo y gracias a su Pasión y Muerte, abrirnos
las puertas del Cielo.
Cuando ya resucitado y antes de partir para “Su Dios y nuestro
Dios, su Padre y nuestro padre”, le dijo a sus apóstoles:
YO ESTARÉ CON VOSOTROS TODOS LOS DÍAS HASTA LA CONSUMACIÓN DE LOS
SIGLOS.
Para cumplir tal promesa, mucho antes de morir dijo:
EL QUE COME MI CARNE Y BEBE MI SANGRE, MORA EN MÍ Y YO EN ÉL.
El que hizo tales promesas, o era un fatuo, un loco, o
verdaderamente era DIOS.
Quiero recordar haber leído en algún pasaje evangélico que Jesús
dijo que: "SU DELICIA ERA ESTAR CON LOS HIJOS DE LOS HOMBRES."
¿Tenemos siempre abiertas las puertas de nuestro corazón, o sólo
se las abrimos cuando LE tenemos que pedir algo?
Por eso sigue estando presente en la EUCARISTÍA, oculto en miles
de Sagrarios y siendo recibido sacramentalmente por millones de creyentes.
También se ha manifestando a muchos santos y lo sigue haciendo
como podremos comprobar si leemos lo que dejó escrito García Morente, filósofo,
agnóstico, convertido a la fe (creo que gracias a las oraciones de su hija) y
luego se ordenó de sacerdote.
“Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quede
petrificado. Allí estaba EL. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba; pero
EL estaba allí.
En la habitación no había mas luz que la de una lámpara eléctrica
de esas diminutas, de una o dos bujías, en un rincón.
Yo no veía nada, no oía nada, no tocaba nada. No tenía la menor
sensación; pero EL estaba allí. Yo permanecía agarrotado por la emoción y LE
percibía, percibía SU presencia con la misma claridad con que percibo el papel
blanco en que estoy escribiendo con absoluta e indubitable evidencia.”
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