Vivimos pensando y esperando
en que la vida nos sorprenda con algo bueno, grande y a ser posible
Gastamos
nuestro dinero en juegos de azar esperando y gozando con la ilusión (que es con
lo único que al final vamos disfrutar) de que nos toquen los millones deseados.
Nos
tiramos gran parte de nuestra vida ansiando vernos sorprendidos con un
magnífico trabajo bien remunerado.
Soñamos con encontrar la pareja ideal.
Estamos
todo el año pensando y haciendo planes para disfrutar de unas maravillosas vacaciones.
¡A qué pocos se les pasa por
la imaginación lo que se va a encontrar,
tarde o temprano, cuando se encuentre ante Dios nuestro PADRE!
Casi
nadie piensa con agrado en todo esto, porque está DORMIDO,
ignorando que le espera la más grande e inconcebible INCÓGNITA de encontrarse,
en milésimas de segundo, transportado de una vida temporal, por buena o mala
que sea, a una eterna, gozando de lo que jamás pudo soñar ni desear
Leamos lo que San Pedro dejó
escrito en su primera carta:
“Bendito sea Dios y Padre de
Nuestro Señor Jesucristo, que por su
gran misericordia nos reengendró a una viva esperanza por la resurrección
de Jesucristo entre los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada
e inmarcesible, que os está reservada en los cielos, a los que por el poder de
Dios habéis sido guardados mediante la fe para la salvación que está dispuesta
a manifestarse en el tiempo último.”
Algunos
santos, ya en la tierra, gozaron por algunos momentos de lo que sería la otra
vida.
San
Pablo en su carta segunda a los Corintios, cuenta:
“Sé
de un hombre en Cristo que hace catorce años – si en el cuerpo, no lo sé; si
fuera del cuerpo, tampoco lo sé, Dios lo sabe – fue arrebatado hasta el tercer cielo; y sé que este hombre – si en el cuerpo o fuera del
cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe – fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras
inefables que el hombre no puede decir”
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