Veamos cómo San Roque, tocayo mio, cuya festividad se celebra hoy en muchos pueblos, anduvo buscando a Dios.
Caminante, caminando
por calles y por
campos.
Busco a Dios
y no lo hallo.
Tropiezo con las piedras del camino,
con el peatón
me voy dando codazos.
La lluvia
me moja de nostalgia.
El sol
me da esperanza.
La luna
ilumina mis noches negras.
El árbol
me da su sombra.
La flor
Despierta
mis primaveras.
El llanto del niño
me deprime.
La injusticia del poderoso
me subleva.
El dolor me angustia.
El placer me embriaga.
A todos hago mi pregunta,
me miran... y como si nada.
Clavan sus silencios allá,
muy allá en el fondo del alma.
Gota a gota van formando una imagen,
que debe ser la de Dios,
porque
ni la siento,
ni la intuyo,
ni la veo.
Sólo sé que allí
ha quedado un hueco,
por donde debo seguir buscando
y esperando encontrarme a Dios de cara.
En mi mano,
Encerrada
llevo la vida
para cuando encuentre a Dios
regalársela.
La vida me sobra,
porque me rebosa la esperanza.
No me regañes, Señor,
si en mi puño
tengo tu vida encerrada;
me da miedo que me domine
por eso aquí la tengo apretada.
Si me das una vida más larga,
aquí tienes mi mano,
ábrela con cuidado,
dentro hay una flor muy extraña,
si la riegas mucho,
sus hojas me aplastan,
si no la riegas,
sus raíces me devoran las entrañas.
No sé qué hacer con ella,
tanto miedo me da retenerla,
como tirarla.
Ponla, Señor, en tus manos.
Trázame Tú el camino
y lo seguiré
por valles, mares y montañas.
No hay vida más limpia
que la del caminante
que caminando
Te anda siempre buscando.
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