Al decir
lujo, siempre se piensa en el dinero, arrogancia, posesión, poder y sobre todo presunción y en el boato.
El que
más o el que menos, siempre aspira a conseguir algún grado de lujo, como sería
tener muchas riquezas y, sobre todo, ser considerados como ricos, pero no ricos nuevos porque a veces, sus comportamientos, un tanto arrogantes y
presumidos, los delata.
Los hay
que disfrutan de un lujo “asiático” tan espectacular, llamativo e injusto que
levanta oleadas de justas reivindicaciones sociales.
El
verdadero lujo está en la SUBLIMACIÓN, porque una persona puede llegar a ser
sublime, siendo pobre, porque la riqueza es algo externo; pero lo sublime, lo
excelso, lo eminente y de elevación extraordinaria, es algo muy íntimo y
personal.
Ha habido y los hay que precisamente, por haber renunciado a todo lo que conlleva el lujo y la riqueza, están disfrutando de esa sublimación, de esa excelsitud, de esa eminencia y elevación extraordinaria, al ser Canonizados como Santos, porque además de que están disfrutando de un LUJO incomparable, y por toda la eternidad en el Cielo, aquí en la tierra se les venera, se les recuerda y se les ama siempre.
Ha habido y los hay que precisamente, por haber renunciado a todo lo que conlleva el lujo y la riqueza, están disfrutando de esa sublimación, de esa excelsitud, de esa eminencia y elevación extraordinaria, al ser Canonizados como Santos, porque además de que están disfrutando de un LUJO incomparable, y por toda la eternidad en el Cielo, aquí en la tierra se les venera, se les recuerda y se les ama siempre.
¿Quién
no querría ser Santo como queremos y luchamos por ser ricos?
Debemos
recordar que ser santos no cuesta dinero ni mucho trabajo, aunque sí muchas renuncias y sobre todo, mucho AMOR a DIOS y al PRÓJIMO.
Y también si se ha vivido como decía San Pablo:
Vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí
O como decía San Juan de la Cruz:
Vivo sin vivir en mi y tan alta vida espero, que muero porque no muero.
Vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí
O como decía San Juan de la Cruz:
Vivo sin vivir en mi y tan alta vida espero, que muero porque no muero.
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