El campesino de apellido
FLEMING trabajaba en el campo, cuando de pronto escuchó unos gritos.
Corrió hacia el lugar y vio a
un niño metido en el fango.
Una vez, rescatado, el niño
regresó a su casa.
Al día siguiente, un lujoso
carruaje se detuvo ante la humilde casa de campo de los Fleming.
Se apeó el padre del niño
salvado la víspera. El aristócrata dijo:
“Quiero recompensarlo por lo
que hizo por mi hijo.”
El campesino contestó: “No
quiero ninguna recompensa; simplemente hice lo que debía hacer.”
El aristócrata respondió: “Ha
de permitir que me haga cargo de la educación de su hijo. Si se parece a Vd,
haremos una persona de provecho” Y se lo trajo a su casa.
Años después se licenció en
medicina. Era el doctor Alexander Fleming. Pero la historia no acaba aquí.
El hijo del aristócrata, (el
mismo que el campesino había salvado de pequeño), enfermó gravemente de una
pulmonía. El doctor Alexander Fleming le inyectó penicilina, (descubierta por
él, como sabemos) y le salvó la vida.
El hijo del aristócrata
doblemente salvado por los Fleming – padre e hijo – era Winston Churchill, el
famoso político ingles, primer ministro y Premio Nobel de Literatura.
El propio Churchill en su
autobiografía cuenta los dos hechos afirmando:
“Siempre recibimos a cambio… aquello que antes nosotros dimos.
Hagamos el bien y no miremos a quién.”
“Siempre recibimos a cambio… aquello que antes nosotros dimos.
Hagamos el bien y no miremos a quién.”
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