Está escrito en los Evangelios que cuando Jesucristo estaba
clavado en la cruz, uno de los ladrones le increpó diciendo que si El era el
hijo de Dios, lo librase del tormento, a lo que el otro ladrón le replicó que
si no temía a Dios, ni estando a punto de morir, porque ellos sufrían la pena
de muerte justamente por lo malo que habían hecho; pero Jesucristo, siendo
inocente, estaba condenado a la misma tortura que ellos.
Entonces le salió la siguiente
súplica: “Señor acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino.”
“HOY MISMO ESTARÁN CONMIGO EN
EL PARAÍSO.”
Luego San Dimas, el buen
ladrón, históricamente y por boca del mismo Jesucristo, fue el primer REDIMIDO porque en ese momento entró en el Paraíso.
Al aceptar los sufrimientos por sus culpas, le fueron perdonadas y pudo ingresar limpio.
Al aceptar los sufrimientos por sus culpas, le fueron perdonadas y pudo ingresar limpio.
Jesucristo quiso dejar bien
claro, que puesto que todos somos pecadores, sólo nos podremos salvar, si
reconocemos sinceramente nuestros pecados, los confesamos y aceptamos
humildemente y con resignación todos los sufrimientos que nos puedan venir en
este mundo, sabiendo que nos los merecemos, como lo hizo el buen ladrón.
A veces, somos tan soberbios
que si hemos ofendido a Dios ignorándolo o abiertamente echándole en cara algo,
y perjudicando al prójimo en las múltiples maneras que existen, es por culpa de
los demás o por las circunstancias; pero nunca por la nuestra.
Cualquier excusa; pero nunca
por nuestra culpa, y esto es lo que Dios no puede perdonar.
El que nunca confiese sus
pecados y reconozca sus errores ante Dios y ante los demás, no sólo no podrá
obtener el perdón divino, sino que tampoco podrá ser apreciado por los que le
rodean.
El que se crea y diga que no se
equivoca, es que vale muy poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario