Gabrielillo era un rubiales de apenas 8 años, más listo que el
hambre y travieso como el que más.
Vivía en un pueblo de León porque su padre
era minero. Su madre creyente y sinceramente practicante, tenía mucho cuidado
de que su hijo no faltara ni un día a la catequesis.
Un día de aquel frío invierno subieron del pozo de la mina a su
padre vomitando sangre. El diagnóstico fue fulminante: Cáncer de pulmón, pues
era un fumador empedernido.
Al oír Gabrielillo el comentario imprudente de una vecina de que
sólo un milagro podría salvar la vida de su padre, se le encogió el corazón de
tal modo que casi no podía respirar.
Cuando aquella noche se metió en la cama intentando dormir para
olvidar, su vista tropezó con un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús del que no
se había dado cuenta hasta esa noche.
Se puso a rezar un tanto aliviado; pero
al tercer Padrenuestro se quedó profundamente dormido.
A media noche, los silbidos del viento, la lluvia y los manotazos
que daban en su ventana las ramas de un árbol, como pidiendo entrar, se
mezclaron con los sollozos de Gabrielillo.
El Corazón de Jesús se iluminó como un relámpago.
-¿Por qué lloras, Gabrielillo?
-Porque se va a morir mi padre.
-¿Y qué quieres que haga
-Pues que los cures.
-No puedo.
-¡¿Qué no puedes?!... ¿No lo puedes todo?.
-Sí; pero si hago caso a todos los niños que me pidan lo que tú,
ningún padre se moriría.
-Es verdad…pero… no todos te pedirían lo que te pienso pedir yo.
-¿Qué me vas a pedir?
-Me ahogo y no puedo casi decirlo; pero ahí va… Llévate también a
mi madre.
-¡¿Cómo… a tu madre?!.
-Sí, a mi madre.
-¿Es que no la quieres?
-Con locura, dijo entre sollozos. Precisamente porque la quiero
mucho, te pido que te la lleves también si no puedes curar a mi padre. Ella sin
mi padre sufriría mucho y yo no quiero que sufra mi madre.
-Anda, hijo, levántate, ya es hora de ir a la escuela – dijo
María, al tiempo que abría la ventana por donde entraba la luz de la mañana.
Gabrielillo abrió los ojos sobresaltado y se abalanzó al cuello de
su madre, todo asustado, ignorando si había sido un sueño o realidad.
Se marchó a clase con la duda y temiendo hubiera sido una realidad
y Jesús aceptara su petición. Ningún día había deseado y temido tanto salir de
clase para volver a casa, por si se encontraba sin padre ni madre.
Cuando llegó ese tan deseado y temido momento, salió de estampida
de la escuela; pero al llegar cerca de casa y ver que entraba y salía mucha
gente, se paró en seco y el corazón dejo de latir.
De pronto, le pareció oír a una vecina que salía gritando:
Milagro. Milagro.
El corazón le dio un salto en el pecho y salió corriendo cual liebre
perseguida por galgo.
Entró como una exhalación en su casa, se escabulló por entre la
gente y se metió en su pequeño cuarto.
Allí en la soledad, cayó de rodillas
delante del cuadro del Sagrado Corazón de Jesús y unas lágrimas rodaron por su
carita de ángel, sin saber si fueron de agradecimiento, o de pena al ver a su
Jesús del cuadro tan solo y olvidado de todos.
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