Aunque Dios nos haya dado la vida sin nuestro consentimiento y
sea un préstamo a fondo perdido, nos deja en libertad para negociar
con ella.
El
herido por el flechazo del enamoramiento exclama: “Tu eres mi vida”. De momento
ya la tiene alquilada y ojala sea mientras viva.
La madre
llorará angustiada porque los hijos
descarriados le están quitando la vida. A esta pobre madre, se la han robado.
Los
agobiados por el trabajo y el estrés, gritarán: “Vaya perra vida”. Estos, hasta
la regalan.
Las
abortivas, creen que por el hecho de
haber alquilado su cuerpo, se convierten en propietarias del inquilino
nasciturus.
Y así en
infinidad de casos, comprobaremos que el que menos se puede llamar propietario
de su vida, es uno mismo, porque para llamarse propietario, tiene que tener
verdadero dominio de la propiedad.
El único
propietario de nuestra vida es Dios, que aunque nos la ha dado sin nuestro
consentimiento, es un capital con el que podremos sacar unos rendimientos suculentos si los invertimos en lo que Dios manda.
Algunos gobiernos intentan quitarle a
Dios ese poder y engañarnos diciendo que si no fuera por ellos, no
tendríamos vida; pero caen en una contradicción manifiesta.
Dicen proteger a los más necesitados y
eliminan a los más indefensos.
Reparten riqueza sin poner los medios para seguir creándola.
Reparten riqueza sin poner los medios para seguir creándola.
La tal protección ¿No será demasiado
interesada?
Dios no busca su interés al darnos la
vida y conservarla hasta que El quiera, sino para que sepamos disfrutarla
temporalmente y luego eternamente.
Algunos
se emperran en maltratar su vida despilfarrándola con toda clase de vicios y
pecados y para colmo, le dicen a Dios, que como ellos no se la han pedido, se
la tiran a la cara.
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